sábado, 29 de noviembre de 2008

CARTA A UNA AMIGA



PLASENCIA, 1970

En esta fecha nací yo, y traje toda la felicidad posible a mis padres. Yo era una niña y tenía otros dos hermanos mayores . En principio el trato con los tres era similar, pero no podía imaginar lo que me esperaba cuando el tiempo pasara.

1977

Con la edad de 7 años, la actitud de mis padres hacia mí había cambiado radicalmente: mi madre era muy severa conmigo y mi padre estaba continuamente riñéndome.

1980

Acababa de cumplir los 10 años hacía poco y, bueno, las relaciones entre mis padres y yo no habían cambiado mucho, pero sí tengo que anotar aquí que habían mejorado algo; ligeramente, pero algo era algo. Sin embargo, en un proceso de tiempo concreto, todo giró de nuevo hacia el desastre. Yo pienso que quizás este cambio brusco se debiera a que mis padres podrían pensar que ya era una "mujercita" y debía actuar como tal.

A mis hermanos les dejaban jugar con los amigos en el parque cercano a casa, después del colegio, sin hacer antes los deberes; pero yo, sin embargo, debía hacerlos y después estar dispuesta a ayudar a mi madre.

1984

Cuando tenía 14 años me di cuenta de que sobre mí estaban cayendo bastantes injusticias, y cada vez más, y todo era debido a la ideología bastante antigua que tenían mis padres.

Cuando mi padre regresaba del trabajo yo debía estar dispuesta a llevarle las zapatillas de casa, su pipa, y limpiarle los zapatos para guardárselos después. Mi madre se pasaba todo el día encerrada en la cocina hasta que mi padre le comunicaba que tenía hambre, y mi madre y yo debíamos ponerle la mesa, mientras mi padre, acompañado de mis hermanos, veía el partido de fútbol, que era sagrado para ellos.

Lo más fastidioso era cuando mi padre llegaba a casa demasiado cansado, y yo debía estar dispuesta a darle un masaje. No es que no me gustara, pero debía dejar todo lo que estuviera haciendo para dárselo (aunque estuviera estudiando).

Un día estaba aburrida, llamé a un amigo para ir a dar una vuelta por ahí. En ese momento mi padre regresaba a casa y me preguntó que a dónde iba. Cuando yo le dije que iba a dar una vuelta con un amigo, me castigó, y no por el hecho de salir, el problema era con quién iba a salir. En ese preciso momento uno de mis hermanos iba a salir con una chica, dándole mi padre el visto bueno, añadiendo - "(que te lo pases bien!". Yo tuve que seguir con la rutina de siempre, pero ahora dando gracias porque sólo había un hermano en casa.

1988

Esa noche se pasaron. Estábamos en el pueblo de mi madre, Galisteo. Eran fiestas y, en estas fechas, a las 5 de la madrugada, se soltaba una vaca por todo el pueblo. A mis hermanos les dejaron hasta la hora que ellos quisieron para correrla; pero a mí, con 17 años no me dejaban más de las dos y media de la madrugada. Ya no podía aguantar más, era tan injusto y tan real a la vez, ... No sabía qué hacer: escaparme o seguir pareciendo una amargada niña a la que sus padres no la dejaban hacer lo que ella quería.

1989

Ni me escapé ni tampoco intenté ninguna solución, y ahora las están pagando una por una los 365 días que tiene este año. He estado estudiando en Cáceres y vivo con una tía a la que he contado todo. Ella cada semana llama a mis padres y les cuenta que vengo tarde cuando salgo, y que es la cosa más normal del mundo, tanto es así que mi comportamiento no ha cambiado en nada. Como ahora apenas hablo con ellos, me echan mucho de menos y se arrepienten de haberme tratado de la manera que lo hicieron.

MARI FE SÁNCHEZ MORO

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